Yo nunca pierdo. Yo gano o aprendo.

Yo nunca pierdo. Yo gano o aprendo.

Hace unos días leí esta frase de Nelson Mandela que me hizo reflexionar mucho. En una sociedad muchas veces exitista, diera la impresión de haber fallado cuando no se alcanza el resultado esperado. ¿Es posible no equivocarse nunca? Claramente la respuesta es no. Lo que deriva la conversación a otra pregunta: ¿qué debemos hacer para aprender de nuestros errores?

Conciencia de nuestros límites

Cuando somos chicos nos gusta soñar con superpoderes: volar; ser invisibles; super veloces; fuerza ilimitada; etc. Pero lamentablemente somos simples mortales. Tenemos límites. Más allá de no poder volar como Superman, tenemos limitaciones más comunes: carácter, habilidades, preferencias, etc. El primer gran paso para aprender de todo aquello que no salga como esperamos es tener conciencia de nuestras propias limitaciones. No de aquellas del vecino, mi pareja, mi colega o mi hermano. Las propias.

Este aprendizaje lleva tiempo y la perspectiva propia de los años que pasan nos hace más conscientes en este sentido. Para ir ganando algo de tiempo en el aprendizaje, una buena estrategia es la introspección. Algo así como aprender a mirarse hacia adentro.

Un espejo que no miente

Pararse frente al espejo de uno mismo no siempre es fácil. El darse cuenta de que uno quizás no es como le gustaría puede ser un trago difícil de tragar. Y lo peor de todo es que no tenemos a quien echarle la culpa. Esto somos nosotros. Ni más ni menos.

Pero dije al principio que somos una sociedad exitista. Tendemos a ver todo lo que nos falta, pero no siempre prestamos la debida atención a todo lo que tenemos y somos. Te recomiendo que cuando hagas este ejercicio de introspección juegues al “50 y 50”. Fijate algo que quieras mejorar y luego algo de lo bueno que tenés o hacés.

Gestión de las emociones

Algo muy útil para aprender son las emociones. Son como una especie de GPS interno. Las emociones, en sí mismas no son ni buenas ni malas. Son las que nos permiten hacer contacto con nosotros mismos, conocernos. Reconocer nuestras emociones nos habilita a entender qué nos está sucediendo y nos invita a buscar la causa. Ejemplo: si me siento enojado con algo, esa emoción me permite buscar qué es lo que me enoja y trabajar para que, en la medida de lo posible, eso no vuelva a suceder.

No son las situaciones en sí las que nos hacen sentir tristes, enojados o contentos, sino lo que nosotros pensamos, percibimos o esperamos de una determinada realidad.

¿Y en la empresa familiar?

Hemos hablado en otras ocasiones de cuán difícil es gestionar los ámbitos familia y empresa. Entre otras cosas, porque el componente emocional es muy fuerte. Y cuando no se tiene conciencia de las propias limitaciones o aún no se dominan ciertos impulsos emocionales, la situación puede ser muy compleja. Se actúa o habla sin pensar, con consecuencias a veces sin retorno.

El espacio de conversación en una familia puede convertirse en la oportunidad de aprender juntos. ¿Quién mejor que mis padres, hermanos, hijos para hacerme ver las cosas en las que puedo mejorar? Pero es necesario crear un ambiente adecuado para estas conversaciones, donde todos estén de acuerdo en una serie de reglas que permitan un diálogo constructivo y enriquecedor. Este espacio puede darse no sólo para temas netamente familiares, sino que puede referirse a cuestiones laborales o estratégicas.

Cuando se logran mantener estos ámbitos de diálogo con una cierta regularidad, los beneficios son enormes. Sin dudas nunca se pierde. Se gana o se aprende.

Pablo Loyola
Consultor de Empresa Familiar Certificado (CEFC®)
Director Sede Regional Córdoba IADEF
@novarumcba

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