¿Te pasó alguna vez terminar un almuerzo familiar discutiendo sobre el negocio?
¿O integrar a alguien a la empresa “para darle una mano”, sin tener claro qué rol iba a cumplir? Estas situaciones, tan comunes en la empresa familiar, no son triviales. Muchas veces son el inicio de conflictos vinculares que dañan lo más valioso: las relaciones.
En toda empresa familiar, los límites entre los roles familiares y los empresariales pueden desdibujarse con facilidad. Las decisiones que parecen simples, como contratar a un primo o sumar a mamá a la administración, pueden convertirse en focos de tensión si no se tratan con profesionalismo. Y es ahí donde nacen los verdaderos conflictos vinculares.
La mayoría de las familias empresarias no discuten porque no se quieran, sino porque no logran separar los temas del negocio de los afectos personales. Se mezclan los códigos, se sobreentienden cosas, y se dan por supuestas conversaciones que nunca ocurrieron. ¿Cuántas veces hablaste de la empresa… y la charla terminó en discusión? ¿Cuántas veces pensaste que “por ser familia” todo se entendería, y no fue así?
La empresa familiar y los conflictos vinculares no son un accidente. Son una consecuencia natural cuando falta orden, límites y diálogo claro. Y aquí no se trata solo de evitar discusiones: se trata de cuidar la salud de la familia y del negocio al mismo tiempo.
La solución no está en profesionalizar la empresa y dejar de lado lo humano. Está en profesionalizar también los vínculos familiares: crear espacios donde se puedan hablar las diferencias sin herir, tomar decisiones sin heredar resentimientos, y crecer como familia mientras crece el negocio.
Por eso, más que evitar el conflicto, la clave está en aprender a gestionarlo. Separar los ámbitos (empresa, familia y propiedad), definir reglas claras, crear espacios de conversación, y, sobre todo, entender que no todo se resuelve con “buena voluntad”.
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Porque no alcanza con que el negocio funcione… si tu familia no lo hace.