Poner límites a tiempo
Saber poner límites a tiempo siempre es complejo. Implica un involucramiento activo en el desarrollo de un proceso. Podría ser de un proceso productivo como también un proceso de acompañamiento a una persona: un hijo, por ejemplo.
Para poder hacerlo, es necesario conocer a fondo a dónde se quiere llegar y de qué manera se quiere recorrer el camino hasta allí. Esto de por sí ya es todo un trabajo. Elegir bien los objetivos y las diferentes estrategias que se seguirán en las distintas etapas. Hay que dedicarle mucho tiempo y energías.
Por otro lado, será luego fundamental ir chequeando que se esté yendo por el camino que se desea transitar. Y en el caso de que haya habido algún desvío, corregirlo.
Marcar bien la cancha
En una empresa cada persona cumple un rol determinado y cada uno tiene una responsabilidad que asume en el momento que comienza a trabajar. A su vez, cada tarea se deberá desarrollar en el ámbito y con el alcance que corresponda. Las áreas de incumbencia de cada uno se delimitan cuando se definen los puestos de trabajo. Este es otro aspecto importantísimo a tener en cuenta ya que, sin él, se corre el riesgo de que muchos hagan lo mismo o que ninguno haga nada.
Esta definición del alcance de cada puesto le da a la persona cierta libertad de acción. Sabe que puede hacer y que no. Digamos que ordena la vida de la empresa. Pero a veces sucede que alguien se excede de sus límites, o no realiza la tarea que tiene encomendada. ¿Qué hacer?
Educar es crecer
Si un determinado empleado no cumple con las tareas que tiene asignadas lo mejor es conversar con él. En primera instancia, estar seguros de que ha entendido con claridad cuál es su rol en la empresa y de que la persona tiene todas las herramientas que necesita para hacer bien su trabajo. Si hay dudas, evacuarlas. Tener en cuenta de que hay algunas tareas que lleva tiempo aprender y que muy probablemente en ese tiempo se cometan errores.
Pero lo fundamental es hablar. Cuando vemos que algo no funciona como debería, ir y hablar con la persona. Me he encontrado con varios clientes a los que no les gusta hablar con su gente. Me dicen “Ellos ya saben lo que tienen que hacer” y por lo tanto no generan ese espacio de comunicación tan importante. A veces lo que estas personas tienen es miedo a enfrentarse con otro, a decirle “no estás haciendo bien esto o aquello”. Suponen que el otro puede llegar a enojarse.
Sin embargo, cuando las cosas se dicen de la manera adecuada y en el momento oportuno, es difícil que caigan mal. El otro suele agradecer la oportunidad de mejora y se potencia la relación.
No todo es color de rosa
Muy lindo hasta acá, pero… también están los otros. Aquellos que se aprovechan de ciertas situaciones para su propio beneficio; que no hacen su parte a fondo porque total siempre hay algún otro que arregla las cosas; aquel que no cumple con el procedimiento por considerarse “más vivo que los demás” o porque, según él, esos pasos no son necesarios.
En estos casos, corresponde un llamado de atención. Serán advertencias verbales, apercibimientos, suspensiones y hasta el despido si fuera necesario. Pero cada una de estas instancias no son por el sólo hecho de que tenga un castigo. Son las consecuencias que genera una conducta inapropiada en la empresa; no seguir aquellas reglas que libremente la persona se comprometió a seguir al entrar a trabajar.
Incluso sería injusto para quien hace bien su trabajo que aquel “que hace lo que quiere” no tenga ninguna consecuencia.
Poner límites a familiares
En una empresa familiar, todo este asunto tiene un componente extra. No es fácil llamarle la atención a un pariente. Y menos aún cuando éste es mayor que aquel. He visto en algunos casos que el hijo/a ocupa un puesto de mayor jerarquía que su padre o madre. Y seguro en estos casos no es simple. Pero debe hacerse igualmente.
Por eso siempre retomamos la importancia de la comunicación y de las buenas relaciones. Sería óptimo que estas cosas puedan hablarse y anticiparse: habrá momentos en los que, por el rol que tiene cada uno, quizás se presente la necesidad de un llamado de atención.
Poner límites no tiene porqué ser un momento tenso o complejo. Es una conversación donde dos adultos aclaran alguna situación o mal entendido. Una linda oportunidad para fortalecer vínculos y ayudarnos mutuamente a crecer.